Durante la época
imperial los requisitos para convertirse en legionario eran: ser delgado pero
musculoso, y tener buena vista y oído. También era preciso saber leer y
escribir y, sobre todo, ser ciudadano romano. Esto no quería decir que fuera
ciudadano de Roma, sino que tuviese la ciudadanía romana.
La ciudadanía se conseguía después de servir en el
ejército durante 25 años en puestos auxiliares, lo que le otorgaba derechos y
privilegios especiales a él y toda su familia.
Los aspirantes a soldados tras acudir a la oficina de
reclutamiento que se encontraba en la capital de provincia, eran sometidos a
una entrevista y un reconocimiento médico. Una vez admitidos, prestaban
juramento de obedecer a sus superiores y no desertar. Sus documentos junto con
un certificado del gobernador y las dietas de viaje (tres monedas de oro por
cabeza), se entregaban a un oficial que les acompañaba en el largo viaje hasta
el destacamento asignado.
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