Percenio,
líder de un motín contra Tiberio en el año 14 d.C. se expresaba de la siguiente
manera: "el servicio militar es duro y poco provechoso. Tu cuerpo y alma
se valoran en unas cuantas monedas por día; con esta limosna tienes, además,
que pagar la ropa, las armas y las tiendas de campaña, así como los sobornos
para los centuriones que son demasiados crueles, y poder librarte así de los
encargos pesados".
Además, los soldados tenían
prohibido casarse, por ello eran muy usuales los matrimonios informales e
incluso que tuvieran hijos, estos no serían legítimos, pero esto se arreglaba
cuando se retiraran. De hecho, tan pronto cualquier hombre que se integrara en
el ejército, su matrimonio quedaba legalmente anulado. El emperador Séptimo
Severo (193-211 d.C.) dio permiso a los soldados para que vivieran con sus
esposas, en vez de obligarles volver cada noche al campamento.
Pero también existían algunas
ventajas: una paga regular considerablemente superior a la de un labrador, y el
mejor servicio médico del Imperio. También se podían aprender otros oficios, y
después de la derrota del enemigo muchas veces se presentaban oportunidades de
saqueo.
Además de la paga también se
recibían otras recompensas. Augusto entregó 75 sestercios a cada uno de los
legionarios, mientras que Claudio estableció una costumbre de pagar un donativo
en metálico al inicio del mandato de un nuevo emperador.
Augusto también se preocupó de que
se gozara de una buena jubilación después del cumplimiento del servicio; los
licenciados recibían una parcela de tierra o una buena cantidad de dinero,
equivalente a la paga de doce años.
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