Montar
un campamento en territorio hostil no resultaría nada fácil. Cada atardecer,
las dos legiones que iban en cabeza tendrían que desplegarse en línea de
combate para cubrir al resto de los legionarios, que montarían el campamento
con las armas al alcance de la mano.

Cada centuria se encargaba de cavar
una sección del foso. A cada soldado se le asignaba una tarea, que cumplía sin
rechistar. Probablemente las fortificaciones quedarían realizadas en dos horas.
Una vez terminado, el resto del
ejército retrocedía, unidad a unidad. Se ponían centinelas en el terraplén y en
los puntos más importantes del campamento. Una cohorte (unos 500 hombres) se
encargaban de la vigilancia fuera del campamento. Los legionarios empezarían
entonces a levantar las tiendas. Primero la tienda del general, y todo el
campamento se orientaba con respecto a él. Cada centuria disponía de una
extensión aproximada de 36 por 10 metros. Las posiciones de las centurias eran
siempre las mismas, de modo que los soldados sabían exactamente donde instalar
sus tiendas.
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